Si la Mercería almacén de Pontejos quiere seguir siendo lo que siempre ha sido, no le queda otra que continuar atendiendo al detalle a las aproximadamente 1.500 personas que pasan cada día por la tienda. No les importa porque una de las cosas que más valoran en el establecimiento es el trato con el público, aunque la mayoría de las veces lleguen hasta el mostrador queriendo “algo para…”, para ajustar una camisa que queda holgada, para adornar un vestido algo solo, para subir un bajo sin saber dar una puntada, para encontrar el botón específico de un abrigo que tiene 15 años, para arreglar un cierre de mochila…
Así que los dependientes de Pontejos acaban siendo expertos en su correspondiente área de negocio: botones, cordones, flecos y lanas y metalúrgica, es decir, hilos, agujas, dedales o máquinas de coser, entre otras. Estas son las distintas secciones en las que se estructuran los más de 300 metros cuadrados que la mercería Pontejos destina a la tienda.
A cada sección su jefe y a cada jefe sus aprendices
Cada sección tiene su jefe con 3 o 4 personas a su cargo, dependiendo de la demanda. En total son 30 las personas que forman parte del equipo actual de la mercería. Además de atender y asesorar al público, han de tener controlado el stock, algo no tan sencillo en un establecimiento que trabaja con más de 300 proveedores nacionales y extranjeros y más de 50.000 referencias, entre los productos del menudeo clásico y los cerca de 150 artículos que entran nuevos cada semana.
Cada jefe de sección tiene al lado su ‘ordenador portátil’. Así es como llaman en broma al bloc de anillas tamaño folio donde anotan los movimientos, los mismos que luego registran en un ordenador situado en las subidas y bajadas del almacén, la parte oculta de la tienda repleta de cajones, anaqueles, cajas de cartón, archivadores o estanterías móviles que cubren casi en su totalidad las paredes de otros 300 metros cuadrados de espacio. Si no hay más teléfono móvil y ordenadores por la tienda es para no generar interferencias en las comunicaciones de sus vecinos: el Gobierno de la Comunidad de Madrid.
Toda la información anotada se centraliza luego en el ordenador de la oficina, emplazada justo encima de la tienda, en realidad una antigua estantería convertida en oficina. Desde aquí lo ve todo María Rueda Valverde, actual responsable del área económica y administrativa de la empresa. Abajo, mezclados con el resto de los empleados, se encuentran su hermano Antonio, al frente del área comercial, y el tío Juan Rueda Ubillos, representantes, respectivamente, de la cuarta y la tercera generación de la empresa familiar que este año celebra su 110 aniversario.
Un negocio de hombres
La tienda la fundó Antonio Ubillos, el bisabuelo de María y Antonio. De origen vasco, se viene a Madrid para trabajar en otra mercería que regentaba su tío, justo en frente de la que abriría él mismo en 1913 en el local alquilado en el número 2 de la Plaza de Pontejos, esquina con la calle del Correo número 4, que es su verdadera dirección postal.
Entonces las mujeres españolas no trabajaban de cara al público, así que las mercerías eran cosa de hombres muy duchos en asuntos de bordados, puntillas, lanas, hilos, encajes o cualquier otro utensilio que las mujeres necesitasen para confeccionar su propio ajuar, vestir la casa o a todos los suyos. Lo habitual era que todas cosiesen.
Durante la Guerra Civil matan al único hijo varón de Antonio Ubillos y el negocio pasa a las hermanas. Solo una de ellas se casa y lo hace con Máximo Rueda, designado sucesor por el suegro siguiendo con la tradición de vetar a las mujeres la regencia de un negocio. Es entonces cuando el apellido Rueda entra en el linaje familiar de la mercería que llega hasta hoy.
A Máximo Rueda se debe la mayor transformación de la tienda y parte de lo que se ahora. De aquella época son los rulos de botones de toda clase y colores que todavía se conservan, las lámparas de gas que hoy cuelgan como ornamento, las columnas de hierro o los escaparates de la fachada, seña de identidad del establecimiento. Otra segunda y última gran reforma se acometió en la década de los setenta, coincidiendo con la adquisición del local.
Y aunque las generaciones familiares se han ido sucediendo a lo largo de sus 110 años de historia, lo nuevo se ha ido adhiriendo a lo viejo. Todas las novedades que Antonio Rueda se desvela por incorporar cada semana, se van sumando a las cajas de botones de hace seis o siete décadas que todavía se guardan en el almacén.
El difícil equilibro entre lo antiguo y lo nuevo
Pero si la simbiosis entre lo antiguo y lo nuevo dan sabor al local, también es cierto que complica la gestión de un negocio aquejado, como todos, por los cambios imparables de los tiempos y de una clientela que cada vez cose y teje menos. “Nunca hemos dejado de vender algo que pueda necesitar el público”, dice María Rueda, pero satisfacer a los cerca de 1.500 clientes de todo tipo y edad que siguen desfilando cada día por la tienda es difícil y no necesariamente rentable. “Ten en cuenta que vendemos muchísimos artículos por debajo de 1 euro. Si el ticket medio por cliente fuese de 10 euros seríamos millonarios”, afirma Antonio Rueda.
Antonio es quien se encarga de estar a la última en todo lo que sale al mercado porque el modelo de negocio sigue siendo el mismo: la especialización y satisfacer la necesidad del cliente al coste que sea. Complacer a todos es complicado porque a Pontejos siguen yendo las famosas a comprar plumas -como lo hacía Sara Montiel, las madres que quieren arreglase una blusa y las abuelas a comprar goma blanca, pero también van las nietas y nietos que necesitan una aguja para hacerse las rastas o quieren ponerse un aro en la nariz. A Pontejos sigue yendo todo el mundo, aunque 500 personas diarias menos antes de la pandemia, lamenta Antonio Rueda.
Para atraer a los clientes jóvenes y expandir el mercado, saben que tienen que estar en las redes y potenciar el canal online, mucho más activo desde el Covid y con el que tratan de revertir la situación. Van ya por la que llaman la 2.0, la nueva tienda online de Pontejos que les permite contar con un mostrador global y virtual. Para dinamizar todo esto contrataron a Ismael Gargamala, un joven de 25 años y que ejerce de community manager y se encarga de contactar con famosos para publicar vídeos en las redes y de mantener actualizada la web.
Más complicado que la búsqueda de perfiles digitales, les resulta ahora encontrar talento joven dispuesto a ponerse detrás del mostrador. “Entiendo que un trabajo como este te tiene que gustar porque con un horario partido y abriendo los sábados por la mañana es difícil competir con las ofertas de teletrabajo que ahora quieren todos. Es un problema de motivación”, lamentan los hermanos Rueda quienes llevan más de 30 años con algunos de sus empleados.
Otra iniciativa que acometieron con motivo de la celebración del centenario fue la apertura de la academia, convertida hoy en otra pata del negocio que funciona bastante bien. Aquí dan clases de patchwork, patrón, costura, punto y ganchillo.
Aun así, no terminan de enderezar las cuentas. “Sabemos que tenemos que hacer cambios, pero sin atropellarnos. En una empresa de 110 años, si intentas hacerlo todo de golpe lo mismo te atragantas”, dice María.
El año pasado recibieron un premio a la empresa familiar por parte de ADEFAM, la Asociación de Empresa Familiar de la Comunidad de Madrid. Ellos no se postularon, fue un cliente quien les propuso, pero se sienten igualmente agradecidos. El reto ahora es tratar de mantener vivo el negocio pasar el relevo a la quinta generación.