Empezó con 500.000 pesetas que le prestó su padre tras decirle: “yo te doy el aval y tú te buscas la vida”. Telmo Rodríguez siempre se ha mostrado agradecido, no sólo por el dinero sino por la actitud de su padre. “Yo era un hombre del vino, pero él no y me dio la oportunidad de iniciar mi proyecto”, asegura.
Corría 1994. Antes había pasado una temporada en Francia aprendiendo de los grandes vinos, buscando mentores hasta trazar su proyecto. “Cuando volví -explica- constaté que España tenía un viñedo excepcional, el mayor del mundo con un vivero de variedades increíbles, con gran potencia de viñedos viejos. En cambio se había dedicado a plantar Chardonnay, Cabernet y otras variedades que no eran de aquí. Los grandes proyectos eran hacer Rioja a 2 euros. Mi padre me dijo que no hiciera un buen vino, que España no estaba preparada. Tenía razón. Pero yo decidí emprender un camino más complicado porque veía el potencial del país. Yo quería hacer grandes vinos.”
Hacer músculo
Así que Telmo Rodríguez y su socio Pablo Eguskiza empezaron su proyecto. Tenían claro, de todas formas, que primero tenían que conseguir músculo económico. No podían de la noche a la mañana elaborar los vinos que querían. Su primer vino fue a partir de una Garnacha de Navarra de una viña antigua del pueblo de Sada. Se llamó Alma.
“Al principio hicimos vinos un poco alimentarios. Los hacíamos rápido y los vendíamos rápido para poder pagar las uvas. Ellos me permitieron después invertir en lo que creía. Era consciente de nuestras limitaciones. No podíamos hacer algo bueno con una base económica inconsistente”. Cuatro años después, en 1998, cuando ya la tuvieron gracias a estos vinos más sencillos empezaron a desarrollar su sueño.
Pequeñas pacerlas
El proyecto de Telmo Rodríguez se basa, de entrada, en trabajar con parcelas pequeñas. Se puso el límite de 15 hectáreas por cada zona que le parecía interesante, aunque actualmente tienen alguna de alrededor de 25. “Era un modelo que no interesaba e incluso se veía con desprecio”, explica Rodríguez. Cuando fui a pedir un préstamo al banco me decían que mi proyecto no era viable porque tenía que elaborar un mínimo de medio millón de botellas y yo hacía 50.000”.
Después de 30 años de trabajo tienen un total de 90 hectáreas, repartidas en 355 pequeñas parcelas. “Yo soy vasco, me gusta el Atlántico y me centro en trabajar en el noroeste de España, aunque tengo viñas en alguna otra zona como Málaga”.
Rodríguez ha viajado por los mejores viñedos de Europa y asegura que sabe “hacerse el ojo” y tener intuición. “Cuando compro una parcela veo un espacio donde hay una viticultura en declive pero recuperable. Ves el terreno y te fías de la gente de la zona que la conoce perfectamente”.
Los viñedos de Rodríguez son difíciles de trabajar. Según explica, “compramos parcelas muy buenas pero no necesariamente productiva. A veces la oportunidad no está en la productividad sino en la calidad. Es como pescar en redes pelágicas o con anzuelo. Al final se vende más cara una buena merluza”. Según él mismo, su rendimiento está en unos 15 hectólitros por hectárea, cuando en Burdeos puede estar en 45 hectólitros por hectárea.
“Mi sueño sería ser lo que soy hoy pero a principios del siglo XVIII. Cuando viajo y veo los sitios abandonados pienso en lo bonito que hubiera sido vivir allí hace 200 años con todo plantado”.
En este sentido, Rodríguez reivindica y aconseja a los jóvenes emprendedores viticultores para que se lancen. “El viñedo español es muy barato y esa es una ventaja. Un viñedo de la Borgona vale unos 10 millones la hectárea; en Champaña unos 3 millones; en Burdeos entre 1 y 4 millones. En cambio un viñedo riojano puede costar alrededor de 120.000 euros. Antes una familia vivía con 5 hectáreas. Los jóvenes agricultores pueden vivir bien haciendo un buen vino en su pequeña parcela. ¿Por qué en España sólo puede ser bodeguero quien invierte muchos millones? Si trabajan bien los viñedos serán capaces de hacer uno de los mejores vinos del mundo en una pequeña parcela”, aconseja a los jóvenes.
Reivindicar variedades españolas
El segundo principio de Rodríguez, tras la adquisición de pequeñas parcelas, es la recuperación de variedades autóctonas. “El gran boom del Rioja de los años 70 vino de la mano de grandes empresarios y del sector financiero. He visto grandes desastres hechos con mucho dinero, haciendo vinos baratos y con variedades no españolas que acabaron degradando nuestra imagen internacional. Yo recupero variedades autóctonas que producen vinos mucho más interesantes”, explica.
En su primer vino ya utilizaron Garnacha navarra cuando la tendencia era elaborar con Cabernet y Merlot. En 1995 descubrieron la zona de Arribes del Duero y utilizaron una variedad prácticamente desconocida, la Juan García. Trabajaron en viñedos medievales. En 1996 empezaron con Basa de Rueda, un blanco sencillo. El mismo año en Málaga fueron a los montes de Axarquía para elaborar dos barricas de Moscatel. Posteriormente, también en Málaga, elaborarían el primer Old Mountain con una producción de sólo 300 botellas. Elaboraron su Molino Real siguiendo las citas de Shakespeare y Dumas. Llevan 20 años trabajando en los barrancos de Málaga en viñedos difíciles.
En 1998 empezaron a elaborar productos más sofisticados. En 1999 compraron en Gredos una parcela a 900 metros en el pueblo de Cebreros. Fueron cuando no iba nadie. En la zona había desaparecido el 90 % de la viña, pero habían sobrevivido algunas cepas de Garnacha de más de 90 años. Después, también en Cebreros restauraron la antigua bodega la Piñonera para volver a fermentar Garnacha en las viejas viñas de Pegaso. Hoy Pegaso es una de las grandes estrellas de la firma.
En muchos casos tuvieron que ir en contra de los consejos reguladores. “Los consejos reguladores te prohibían plantar variedades autóctonas. Es el surrealismo de instituciones sin talento. Luchábamos contra esto conscientes de que teníamos que ser más visionarios. En la Rioja, por ejemplo hay más de 50 variedades. Nosotros reivindicamos la coplantación. Antiguamente los viñedos se plantaban mezclando variedades para asegurar que en momentos complicados siempre tienes algo”.
Consolidar el negocio
Poco a poco consolidaron el proyecto en base a hacer músculo económico de forma permanente al tiempo que con la experiencia elaboraban los grandes vinos que les han dado fama mundial. “Cuando llevas diez años en una zona has aprendido mucho y así pudimos empezar a hacer los grandes vinos”. Aparecieron las Beatas, As Caborcas, Mountain, o Pegaso. “Queríamos ir al mundo del gran vino, hablar su lenguaje porque tenemos el país, las variedades, la cultura y el talento”, explica.
Fueron a uno de los mercados más sofisticados, la Place de Bordeaux. Se trata de uno de los mercados más prestigiosos y antiguos del mundo con siete siglos de historia donde négociants y courtiers gestionan la venta de los vinos de Burdeos y donde se añaden unas 60 referencias de vinos muy especiales de otras zonas. Las 7.200 botellas de su Íjar se vendieron en menos de dos horas. En 2018 volvió a Burdeos y su Íjar 2018 que tenía 100 puntos en la lista de James Suckilng vendió rápidamente sus 5.900 botellas a 150 euros cada una. Fue el primer vino español en entrar en este mercado.
La bodega que tiene menos producción puede representar 100 o 200 botellas. La que más, unas 50.000 cajas (Basa) Sus grandes vinos valen 50 ó 60 euros y los más sencillos unos 12. Algunos excepcionales tienen precios excepcionales. Para valorar su Las Beatas su socio y él pensaron cuánto podrían pagar tres amigos en una cena por un vino. Y decidieron que 50 euros por persona. Salió a la venta por 150 euros, pero se ha llegado a pagar 400 por una botella. Se elaboran 1.500 botellas en una finca de apenas 1,9 hectáreas en La Rioja y ha obtenido 100 puntos en la lista Parker.
El 80 % de la totalidad de la producción de la empresa de más de 800.000 botellas va a la exportación.
Regreso a Remelluri
En los años sesenta Jaime Rodríguez, el padre de Telmo, adquirió la finca Remelluri en la Rioja alavesa. No venía del mundo del vino, sino de la construcción. A Remelluri llevó a sus hijos y empezó a elaborar vino. Telmo y sus hermanos vivieron entre cepas y los artistas, escritores e intelectuales que su padre convocaba a la finca.
Cuando volvió de Francia, Telmo estuvo un tiempo en la finca familiar pero la abandonó para seguir su proyecto. Regresó en 2010. “Propuse a mis hermanos cambiar el negocio. Arrancamos viñedos que no eran suficientemente buenos y ahora producimos la mitad de lo que hacía mi padre”. Ahora dirige también la empresa familiar con su hermana.
Telmo Rodriguez reivindica un modelo vinícola tranquilo. Para él su mejor escuela es la gente que ha sabido observar y de ella se fía. Está metido en un proyecto para ayudar a jóvenes agricultores. “Tenemos que ayudar a los hijos de los viticultores. Hay un vacío que me preocupa. Hay que darles una oportunidad para hacer grandes vinos porque ellos son el futuro. Con un modelo honesto, una pequeña inversión y ambición pueden hacer un gran proyecto. A ellos les diría que el futuro está mirando el pasado”.
Bodegas de tamaño humano
A lo largo de sus 30 años de existencia, la empresa de Rodriguez y Eguskiza ha tendido a realizar elaboraciones de vino de no grandes volúmenes. De Old Mountain se elaboran 500 botellas de algunas añadas. Dos de sus vinos más conocidos son un ejemplo de reducida producción. De Las Beatas elaboran 1.500 botellas y de Molino Real o Pegaso Granito unas 4.000.
En el otro extremo, de sus vinos más populares como Corriente salen 5.000 cajas y de Basa elaboran 50.000 cajas. En total producen unas 800.000 botellas anuales. En cuanto a la facturación se ha mantenido constante en los últimos años. En 2008, por ejemplo, facturaron, 5,2 millones de euros y el pasado año ascendió a 6,1 millones, según datos de la compañía.