Obligado por la escasez de recursos mientras estudiaba dos carreras, Efrén Álvarez tuvo que empezar a cocinar su propia comida. “Lo que surgió como una necesidad se convirtió en obsesión. En 2013, me presenté a la primera edición de MasterChef. Acabada la carrera y el programa, tenía una oferta en PwC, pero quería trabajar en un restaurante de alta cocina y me fui al de Jordi Cruz, en Barcelona. Me familiaricé con cómo se estructuraba. Determinadas elaboraciones se hacían una o dos veces por semana, se envasaban y se sacaban a lo largo de la semana a demanda”, recuerda. Con esa experiencia, pensó en hacer eso en su piso y luego comérselo en el trabajo.
“Se lo comenté a mi amigo Andrés Casal y me propuso la idea de vender comida, así, a otros. Empezamos probando con amigos. Era un modelo insostenible, porque lo hacíamos en la cocina de la casa en la que vivía y lo envasábamos en una envasadora no industrial. Sorprendentemente, en dos meses, captamos 30 clientes”.
Conseguir tracción
En 2015 se fueron a un pequeño obrador. Durante un año y tres meses, los dos hacían todo, hasta la entrega. “En marzo de 2016, fuimos rentables sin haber metido un euro en marketing, por recomendaciones. Y contratamos a un jefe de cocina. Nuestro modelo tenía tracción”. Querían ir más rápido y buscaron una ronda: Cabiedes & Partners y Turtle Capital & Investments metieron 350.000 euros. De tres personas pasaron a 20 y se mudaron a un local de 650 metros.
“El 85% de nuestros clientes han repetido al menos una vez. Tenemos una media de recurrencia de más de ocho veces al año. El 85% de nuestra facturación procede de Madrid. Abrimos Barcelona, que ya está casi en el 10%. Todo se cocina en Madrid y se distribuye a través de un operador. Nuestra obsesión siempre ha sido la calidad de la comida. Somos un negocio recurrente. Y para asegurar eso, la única premisa es la calidad de la comida. Somos una empresa de comida, no de logística como otras del sector. Nuestro core es la comida”.