A la hora clasificar el lujo, el bolsillo manda. La categoría más alta suele relacionarse con el lujo tradicional, el de la alta costura, ciertos automóviles, palacios o yates. La intermedia conduce al prêt-à-porter y accesorios como relojes a partir de 3.000 euros o piezas de arte de similar importe. Y la accesible está desbordada, especialmente en estos momentos, por complementos, perfumes, cosmética o marroquinería.
En esta clasificación irrumpe con fuerza el neolujo (lujo de precio bajo para el gran público), que inunda el mercado de pequeños caprichos. Para César León, fundador de LAUDIA, “dentro del neolujo podrían incorporarse las extensiones de marca del viejo lujo, con propuestas diseñadas para el gran público; el producto superpremium, con el precio máximo de su categoría, aunque accesible al cliente (vinos, licores...); y la oferta de masstigio (productos y servicios de prestigio, a precio alto, pero no prohibitivo)”.
El nuevo lujo empieza a vincularse también a una serie de valores que tiene que ver con lo socialmente responsable, la vida saludable, la ecología y la seguridad. E intenta crear productos que se puedan convertir en iconos, en objetos de diseño atemporales. La parte emocional juega un rol importante en la vinculación con la marca. Y si es un artículo raro, difícil de encontrar, autóctono, ajeno a la globalización, o de serie limitada, el mapa está completo.