El marrón, también conocido como brown, es un trabajo del que nadie quiere encargarse, pero que hay que hacer. El rechazo que produce entre los empleados se debe a que la mayor parte son tareas imprevistas, que alteran todo y obligan a alargar la jornada. Cuando recibimos un marrón, lo normal es tratar de esquivarlo. Sin embargo, antes de tomar esta decisión conviene tener en cuenta algunos factores:
– El grado de compromiso. Por lo general, los trabajos de última hora no aportan ningún tipo de aliciente profesional, pero pueden ayudan a demostrar el nivel de compromiso que tenemos y hasta qué punto nos sentimos identificados con la organización.
– La dificultad de la tarea. Aunque no lo parezca, algunos también le encuentran una vertiente positiva. Los marrones que te encargan porque los demás no saben hacer esas tareas o porque tu experiencia te convierte en la persona mejor cualificada para sacarlos adelante no se pueden ni se deben rechazar, porque se pueden aprovechar dentro de la empresa para conseguir un mayor reconocimiento.
Reto y formación
Los nuevos proyectos pueden parecer un marrón porque exigen horas extra y dedicación pero, si eres una persona segura de ti misma y con capacidad para desarrollarlos, se convierten un reto interesante y una ocasión inmejorable para ampliar tu formación.
– La cultura empresarial. Ésta es muy importante para valorar si resulta más rentable aceptar o rechazar los trabajos ingratos. Si los superiores consideran que los marrones hay que asumirlos sin más aunque suponga renunciar a las vacaciones o ampliar el horario de trabajo, conviene aceptarlos, aunque es muy difícil que se les pueda sacar rentabilidad.
En cambio, si la organización tiene en cuenta el sacrificio del trabajador por el equipo y por la compañía, se pueden admitir sin reservas porque en el futuro la empresa sabrá recompensar ese esfuerzo.
Con pies de plomo
Cuando los embolados de este tipo son tareas importantes e imprevistas, lo normal es aceptarlos para que no afecten negativamente al cumplimiento de objetivos. Sin embargo, algunas tareas se convierten en marrones porque no sirven para nada. En estos casos surge un problema de lealtad con la empresa. El trabajador leal no es el que hace todo lo que le caiga sin rechistar, sino el que sabe rebatir con argumentos objetivos lo que considera un error para el buen funcionamiento de la organización.
– Argumenta con objetividad. Hay que afrontar estos problemas desde la realidad de los hechos y rebatirlos con argumentos fehacientes sobre el modo en que afectarían a tu trabajo, al rendimiento del equipo y a la empresa.
No obstante, se debe evitar personalizar el asunto con razonamientos como lo mal que nos sienta asumirlos o lo injusto que es que siempre tengas que ser tú quien resuelva este tipo de trabajos.
– Busca soluciones. Siempre que se plantea un problema hay que aportar soluciones concretas. Si el trabajo requiere responsabilidad y hay que afrontarlo, se puede proponer la necesidad de formar a otras personas para repartir equitativamente las tareas ingratas.
Si es un trabajo que no sirve para nada, hay que explicar de forma clara los efectos positivos de tus propuestas para la empresa. Al plantearlo en estos términos, el rechazo no tiene por qué incidir negativamente en nuestra consideración profesional, sino al contrario, porque estaremos mejorando el funcionamiento del trabajo en equipo.
Algo va mal
En todas las empresas se presentan embolados que alguien tiene que asumir. Sin embargo, los expertos en recursos humanos afirman que si se convierte en algo rutinario, es que alguien no está haciendo bien su trabajo. Éstas son las principales causas que propenden a la aparición de marrones y que tienen graves consecuencias para la empresa:
– Mala gestión del tiempo. Los marrones de última hora, aquellos que hay que resolver con urgencia porque son importantes, surgen de la mala gestión de los tiempos. Estas tareas urgentes afectan a todo el equipo, porque obligan a desorganizar todo el trabajo. En este caso, la única solución es cambiar las cosas desde el vértice superior de la pirámide, educando a los directivos para que aprendan a planificar por etapas las tareas más importantes.
– Estilo de dirección equivocado. A menudo, los jefes que se dedican habitualmente a repartir marrones tienen un estilo de dirección autoritario y caprichoso. Es el tipo de jefe que pretende alcanzar demasiados objetivos y fija pautas inalcanzables tanto para él como para los demás. Realiza cambios caprichosos e innecesarios a última hora y, a menudo, da a los subordinados los trabajos más tediosos porque no confía en los demás.
Estos jefes pueden resultar rentables para la empresa a corto plazo, pero al final son muy perjudiciales. Su equipo pierde mucho tiempo aliándose en su contra para tratar de echarle, en lugar de centrarse en su trabajo.
– Falta de comunicación. Si los empleados no entienden para qué sirve su trabajo y cuáles son los objetivos que se persiguen, las tareas se realizarán de forma desorganizada y surgirán muchos marrones. La comunicación es esencial para que el trabajo tenga valor y ayude al empleado a aceptar nuevos retos.
– Falta de planificación. Algunas tareas se entienden como un muerto cuando los superiores tienen definidos unos objetivos, pero no han fijado un plan de desarrollo para lograrlos. En este caso, el trabajador se siente presionado y desorientado e, incluso, empieza a sentirse poco valorado porque considera que le dan tareas confusas.