Sólo en los cuatro primeros meses del año se admitieron 6.962 expedientes de ERE que afectaron a 108.135 trabajadores, según datos del INE. Y si buscamos el acumulado desde que arrancó la crisis las cifras se disparan hasta extremos increíbles.
Según el último informe Workmonitor, de Randstad, publicado en junio de 2011, nada menos que un 70% de los trabajadores españoles ha visto incrementada su carga de trabajo en el último año sin recibir ninguna contraprestación económica por parte de la empresa, una percepción en la que desgraciadamente estamos a la cabeza de todos los países del entorno.
Más estrés, más bajas
La consecuencia más directa de este aumento de presión es el notable incremento del estrés. Según la última Encuesta de calidad de vida en el trabajo, publicada por el Ministerio de Trabajo e Inmigración correspondiente a 2010, el 49,9% de los trabajadores declara tener un nivel de estrés alto o muy alto en sus trabajos frente a un escaso 21%, que lo considera bajo o muy bajo. Siendo más pronunciada esta dualidad en las mujeres (51,6% frente al 20,4%) que en los hombres (48,6% frente al 22,01%).
Pero hay consecuencias indirectas para la empresa y para la economía en general: si aumenta el estrés y la ansiedad, se incrementan las bajas laborales, la depresión, desciende la productividad a medio plazo y se pierde competitividad. Y hay también un efecto no menos llamativo que apunta Joan Sánchez en el blog de Tu gestión y que puede ser demoledor para las pymes: si los especialistas tienen que reconvertirse en trabajadores polivalentes se va al traste la necesaria especialización.
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Sobrecarga de trabajo
La primera consecuencia de los recortes es que los trabajadores que se libran de los ajustes tienen que asumir sus funciones y las de sus compañeros,
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