Hablan como si supiesen de todo y lo hacen con tal rotundidad que hacen dudar al resto de sus propios conocimientos, se vanaglorian sin pudor de sus éxitos sociales, de sus conquistas o de cualquier otra causa susceptible de generar admiración porque, en el fondo, eso es lo que necesitan. Lo grave es que, muchos de quienes les escuchan, terminan convencidos de su insípida personalidad cuando se comparan con la holgada y sabrosa vida del otro, aunque su ocupación se limite a ejercer de ‘tronista’ en un plató televisivo.
En psicología, se conoce como el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo que lleva a algunos incompetentes a alardear y sobrestimar sus habilidades frente a otros individuos altamente competentes que tienden a infravalorar las propias. En el primer caso, se relaciona con una superioridad ilusoria de manera que, cuanto menos saben, más listos creen ser.
El efecto fue estudiado y descrito por los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger en 1999. Conforme a sus conclusiones, el sesgo resulta de una ilusión interna en personas incompetentes, y de una percepción externa errónea en personas competentes. “La mala calibración del incompetente se debe a un error sobre uno mismo, mientras que la mala calibración del altamente competente se debe a un error sobre los demás”, explicaban.
Ya más recientemente, el escritor y profesor de filosofía Aaron James publicaba en 2012 el libro de no ficción titulado ‘Assholes: a Theory’ (‘Gilipollas: una teoría’). En línea con el efecto Dunning-Kruger, Aaron James intenta dar un paso más allá introduciendo ese efecto psicológico en el contexto social. Según James, un asshole es aquel que “se permite disfrutar de ventajas especiales en las relaciones sociales debido a un arraigado sentido de derecho que lo inmuniza contra las quejas de otras personas”. El hecho de sentirse especiales, con causa justificada o sin ella, les lleva a saltarse los límites, a desoír las sugerencias de los demás y con derecho a aprovecharse de la situación por la sencilla razón de que se lo merecen.
Según el autor, por más que intentemos evitarlos, los assholes se encuentran en todas partes y en múltiples iteraciones: engreídos, reales, presidenciales, corporativos…
En cuanto a si son conscientes o no de ese rasgo en su personalidad, las investigaciones de Dunning y Kruger concluyeron que, cuanto mayor era la incompetencia del sujeto, menos consciente era de ella y más le costaba reconocer la competencia del resto.
Los riesgos del ‘incompetente’ en el entorno laboral
Trasladado al mundo de la empresa, el efecto Dunning-Kruger tiene más contras que pros. Por un lado, se valora de forma positiva el exceso de confianza y su demostración. Por otro, y aunque seguridad y arrogancia no vayan siempre juntas, se corre el riesgo de combinarlo y hacer una mezcla explosiva.
Esa seguridad manifiesta, hace que muchos de estos assholes prosperen antes que otros de talante más humilde y reservado. Obviamente, el asshole no va a encontrar impedimento alguno para negarse a aceptar el cargo porque, aunque no tenga ni idea, él lo vale. Los conflictos surgen cuando empieza a subestimar la habilidad del resto de los compañeros, a imponer su propio criterio, a atribuir los errores a la ineptitud de otros y a generar dudas en todo el equipo.
Según se afirma en un post publicado en la web de Bizneo, un software de recursos humanos, “existe algo peor que un trabajador incompetente: uno que desconoce que lo es y cree que está por encima de los demás. Este tipo de empleado existe y tiene una percepción distorsionada de sí mismo”.
Recuerdan también que el efecto Dunning Kruger puede hacer que un líder pierda a sus mejores empleados o que tome malas decisiones por cabezonería, aconsejando cuatro pautas para evitarlo: olvidarse de la arrogancia; no generalizar; no infravalorar a los miembros con más posibilidades y, por último, no creernos superiores en todas las áreas.
Al fin y al cabo no deja de ser otro de esos sesgos que nos impiden tomar buenas decisiones en la empresa.