Los anticuarios siempre están a la búsqueda de las últimas gangas para comprar que les permitan obtener grandes plusvalías y convertirse en un negocio millonario. En esta tarea, los más importantes suelen tener contratadas a tres o cuatro personas para detectar ‘durmientes’: obras en mal estado de conservación o mal tasadas por las casas de subastas, que en realidad pueden valer millones de euros.
Los profesionales dedicados a este negocio millonario son especialistas en arte y, pese a su buen ojo, no siempre aciertan. “El estado de conservación es siempre lo primero que hay que evaluar. La base es pensar por qué puede ser de ese artista y luego buscar las razones contrarias”, explican dos expertos a El País.
Sin embargo, el negocio millonario de encontrar ‘durmientes’ no escapa a la atención de las propias casas de subastas, que pueden subir el precio de las obras si sospechan de uno de estos cazadores de gangas. En esta lucha, muchos de ellos suelen pujar a distancia o apostar por otro lote en un primer momento, con el fin de desviar la atención sobre el que en realidad les interesa.
El arte italiano y español son el centro del negocio, debido a la gran cantidad de obras que ha dejado a lo largo de la historia, y la imposibilidad de tener un registro de todos los cuadros que pintaron autores tan reconocidos.
Un exconservador del Museo de Lleida se pasa a este negocio millonario
Aunque los anticuarios contratan a especialistas en arte para buscar ‘durmientes’, si, además, cuentan con experiencia trabajando en un museo, el caché sube. Es el caso de Alberto Velasco, exconservador del Museo de Lleida, que cambió su trabajo en el centro por el de cazador de gangas freelance.
“Desde que me dedico a asesorar a coleccionistas privados una parte del día a día es eso, ver alguna pieza en subasta o galería y proponer la compra”, afirmaba en una reciente entrevista concedida a La Vanguardia. Velasco pone como ejemplo una de sus últimas transacciones Una tabla de Tomás Giner, pintor de Fernando El Católico. “Salía a subasta como anónimo del siglo XV. Se lo dije a un anticuario de Londres, le pasé un informe y la compró muy bien de precio, porque salía mal atribuida”, explica.
En otros casos, son las instituciones públicas quienes salen beneficiadas de este negocio millonario. “Entré en un anticuario y vi un conjunto de dibujos del siglo XIX muy excepcional. Eran de Adolphe Alphonse Delamare. El anticuario sabía que era un militar que vino a Catalunya y ya tenía el catálogo de una exposición para vender dibujos. Le pedí que frenara la venta para hablar con la Generalitat, convencido de que se tenía que comprar para el MNAC y di el aviso. Está en el museo”, recuerda Velasco.
La discreción es, en opinión del exconservador, otra de las cualidades que debe tener un profesional que se dedique a este negocio millonario. “El mercado mueve muchísimas piezas en operaciones discretas: fragmentos de retablos que no salen a subasta pública, sino que los compra un anticuario y sin enseñarlos, con una llamada de teléfono, lo vende”, explica.