A día de hoy, se desconoce si el síndrome del impostor afecta más a las mujeres que a los hombres. Sin embargo, su estudio se remonta al año 1978, después de que dos psicólogas clínicas, Pauline Clance y Suzanne Imes, observaran la abundancia de mujeres que asistían a la consulta con mucho éxito profesional, pero con altos niveles de ansiedad. Desde entonces, la creencia generalizada es que este síndrome, que no no se recoge entre los trastornos mentales, es más frecuente en el género femenino.
El síndrome se circunscribe al ámbito profesional. En líneas generales, las persona aquejadas por él, tienden a padecer un profundo sentimiento de fraude hacia los demás por entender que el puesto de relevancia de ocupan, en realidad no les corresponde. Temen que alguien pueda poner en evidencia su vulnerabilidad y las ‘desenmascare’.
La psicóloga Patricia Ramírez atribuye este sentimiento a tres causas principales: baja autoestima, exceso de humildad y la asociación generalizada del éxito con el esfuerzo y la del fracaso con lo fácil. Esta última, impediría a una persona considerar un mérito cualquier logro que obtenga de forma sencilla por estar naturalmente dotado para alcanzarlo. Aunque al resto nos parezca una genialidad.
“Cuando llegué al MIT, estaba un poco intimidada porque no me veía un genio, sino sólo como una persona con mucha motivación y capacidad de esfuerzo. Estar rodeada de tanto talento me hizo temer que me vieran como un fraude”. Las palabras corresponden a la barcelonesa María de Soria-Santacruz, prestigiosaingeniera aeroespacial que trabaja actualmente en el Jet Propulsion Laboratory de la NASA.
Emprendedoras ‘impostoras’
Es bastante común. “Profesionales muy bien preparados, exitosos y en buenos puestos, que dudan de su habilidad, de su capacidad, de merecer el lugar que tienen. Y a pesar de que todas las personas a su alrededor y todos los datos objetivos dicen lo contrario, piensan que son un fraude, que son menos inteligentes y menos competentes de lo que los demás les consideran, que ocupan un lugar que no es el suyo, que son unos impostores”, resume el fenómeno el neurobiólogo José R. Alonso en su blog Neurociencia
En cuanto a las explicaciones que hallan los especialistas para justificar el origen de ese sentimiento del fraude, van desde de tipo psicológico mencionados Ramírez hasta otros razonamientos de tipo cultural o social como los estereotipos de género o la falta de referentes femeninos en la cúspide profesional y empresarial.
Sentimientos como los descritos por Soria-Santacruz los han reconocido también mujeres emprendedoras, como Mirea Badía, CEO y fundadora de grow.ly, plataforma online de crowdlending, Pepita Marín, cofundadora de We are Knitters o Alba del Villar, cofundadora de Thingeer http. Todas ellas declararon haberse sentido como un fraude en algún momento de su trayectoria profesional en el debate online ‘Female Startups Leaders’ , celebrado con motivo del Día Mundial del Emprendimiento.
“El síndrome del impostor lo tenemos todas”, afirmaba Pepita Marín. “Emprendedoras, directivas, niñas, creemos que somos peores y nos infravaloramos, y esto se nota cuando vamos a pedir financiación, mientras que un hombre denota confianza, nosotras somos más precavidas”.
Sin embargo, expertos como la psicóloga Mercedes Bermejo, psicóloga clínica y directora de Psicólogos Pozuelo, declaraba en otro medio que la aparición del síndrome del impostor es más infrecuente en las mujeres emprendedoras. “Cuando una emprende y no hay un jefe, no estás tan expuesta, no te pueden comparar con otros compañeros”, decía.
En cualquier caso, parece claro que la ausencia de referentes femeninos en determinados ámbitos empresariales, merma el interés de las mujeres por ponerse en la primera línea de fuego. El último mapa del emprendimiento presentado por la organización de South Summit, ponía de nuevo de manifiesto el ‘gender gap’ que rige en el mundo emprendedor donde solo un 18% de mujeres toma la decisión de liderar un proyecto emprendedor, aunque el 41% de las startups cuenten con alguna mujer dentro del equipo fundador o directivo. También se habla de un crecimiento paulatino, hasta un 34% actual, de mujeres ocupando puestos directivos. Aunque estos datos, según determinadas fuentes, nos sitúan por encima de la media europea, la desventaja continua siendo obvia.