Si existe, en genérico, el concepto de persona tóxica para calificar a ese individuo que va sembrando mal rollo allá por donde va, ¿por qué razón no iba a existir la figura del socio tóxico, cómo término asimilable a ese socio que va sembrando de cizaña y negatividad el ambiente de la empresa que, supuestamente, trata de constituir?
Claro, que si el concepto es nuevo –basta con hacer una búsqueda en Google para comprobar lo poco estudiado que está–, no sucede lo mismo con su entorno de desarrollo. Según Ceferí Soler, profesor del departamento de Dirección de Personas y Organización, de la Escuela de Negocios ESADE, la figura del socio tóxico forma parte de lo que “tradicionalmente se ha llamado cultura de empresa y que corresponde, lisa y llanamente, al modo de hacer las cosas en una compañía, sus valores y organización”.
Descubrir al intoxicador
Que no resulta fácil identificar al socio tóxico lo demuestra el hecho de que ni siquiera para definir el concepto hay unidad de criterio. Así, para Ceferí Soler, “hay una clara variable que se da en nueve sobre diez casos de lo podría denominarse un socio tóxico. Entonces, podríamos hablar de una persona con gran capacidad de trabajo, muy preparada y que se da cuenta de que los demás no le siguen… porque no tienen sus competencias o su capacidad de trabajo. Consecuencia de esto, el tóxico se dice a si mismo con estos socios no voy a ninguna parte, al mismo tiempo que el resto de los socios le ven tóxico porque hay una gran distancia con él”.
Diferente percepción al respecto tiene Diego Vicente, profesor del Instituto de Empresa en las áreas de comportamiento organizacional y liderazgo. Para este experto lo primero es señalar que “no nacemos tóxicos, sino que nos vamos volviendo tóxicos. La toxicidad enfermiza la veo como una actitud, como una forma de llamar la atención, de buscar un espacio propio, dentro de la empresa a partir de la pelea y el conflicto”.
En opinión de este profesor del Instituto de Empresa, si se quiere solucionar la toxicidad “hay que averiguar el porqué, la razón por la cual alguien mantiene conductas de toxicidad para, así, tratar de afrontarlas según nazcan estas de los celos, la envidia, la falta de habilidad para las relaciones sociales”. A partir de aquí, cualquier conducta de toxicidad será verbalizada por el susodicho mediante expresiones del tipo no estoy de acuerdo, no me convence…o materializando actitudes tales como no pagar las deudas o no defender los intereses comunes de la empresa”.
Siempre se ha dicho que la experiencia es un grado y, en este sentido, Moisés González, gerente de Prometeo Innovations, una empresa de Mieres (Asturias) especializada en desarrollar tecnología aplicable a la automoción, señala que “es relativamente fácil identificar al socio tóxico en la persona que siempre cree tener la razón y nunca se abre al diálogo. No se trata de tener o no la razón, sino de maximizar la satisfacción de la sociedad, que todos los socios estén relativamente satisfechos”.
¡Ay, el ego!
Miquel Isanta es gerente de Moltacte y tiene clara la manera en la que podría detectar a un socio tóxico: la manifestación de un exceso de ego. Según explica, “nosotros tuvimos un caso de este tipo con un antiguo director de la firma. Decía, después de que levantáramos, de la nada, una empresa que factura dos millones de euros y da trabajo a 75 personas, que ya no se identificaba con la compañía. Incluso me llegó a preguntar que por qué queríamos crecer”.
Después de aquel episodio, Miquel tuvo ya claro lo que, para él, sería un socio no tóxico. “Es fundamental que haya una confianza de base y el compromiso de trabajar juntos en algo que va a traer una compensación mayor que el propio ego… y ante cualquier problema, hablar y escuchar”, afirma.
Sin embargo, para Óscar Soriano, gerente de Tibermotor y Rehatrans, no siempre resulta tan fácil percibir la presencia de un socio tóxico. Él, que padeció el caso de un alto cargo que casi les obliga a cerrar la compañía, considera que puede ser más o menos fácil detectarlo “según se haga de una manera directa o encubierta. Ésta última es mucho más difícil de detectar, pues esta persona lanza mensajes que se contraponen con la realidad”.
En el caso de este alto directivo de Tiberauto y Rehatrans, esta toxicidad se manifestó “en hacer compras fraudulentas y muy arriesgadas, comprometiendo nuestra profesionalidad, teniendo que gestionar decisiones que él había tomado y que no eran asumibles. También trató de enfrentarnos con nuestra marca (Tiberauto es concesionario de Volvo)”.
Todo por escrito… y antes de empezar
Cuando se buscan socios, si se quiere encontrar a las personas adecuadas para el proyecto, hay que entrevistar a mucha gente. Este es el momento, según la experiencia de Javier Enric, presidente de la empresa Homestaff, en el que hay que hacer todo lo posible para que un posible socio tóxico no se nos cuele en nuestro proyecto: “Nosotros no pudimos evitarlo y eso nos creó problemas”. Para que esto no vuelva a ocurrir, Enric aconseja redactar un documento en el que se establezcan las reglas del juego. “Todo se basa, al final, en la confianza mutua. Por muy idílica que sea la relación inicial, todo se puede volver tormentoso. Por esta razón, es mejor establecer las reglas de juego desde el mismo comienzo de la relación societaria”, explica Enric.
También Jon Uriarte, socio fundador de Ticketbis, es de la opinión de que el exceso de confianza en las personas, sin haber firmado previamente el pacto de socios, puede resultar perjudicial, puesto que das la posibilidad de hacer daño de muchas formas y maneras… por ejemplo, bloqueando decisiones como una ampliación de capital o una venta de activos”.
En todo caso, Uriarte diferencia entre “socios que están alineados con los intereses de la compañía y los que lo están con sus propios intereses. Estas personas tienen unas circunstancias personales que les llevarían a estar dispuestos a hacer cosas que son contrarias a los intereses de la compañía”.
Antes romper la empresa que mantener la toxicidad
No son ni una, ni dos… ni miles, sino muchas más, las empresas que han eternizado su toxicidad interna, hasta llegar a la ruina de sus socios por una misma circunstancia: nadie ha sabido atajar la toxicidad interna. Para evitarlo, según el profesor Diego Vicente, “lo primero es no tener miedo a que la compañía corra peligro, ya que pues esta es la baza más potente que tiene a su favor el agente tóxico: juega con el miedo de los demás y atemoriza con que la relación se rompa”.
Tampoco debes tener miedo a la ruptura. Si se rompe una sociedad, se hace otra. Para Moisés González, “si hay que romper, se rompe. A veces las tensiones se alargan en exceso y los socios enemistados hacen campaña contra la empresa desde dentro. Si tienes problemas con tu socio, ten reuniones cara a cara, trata las cosas con sinceridad… y toma la decisión que tengas que tomar”.
[pullquote align=’center’]Llamamos a un mediador
Cuando las cosas se ponen feas con alguno o algunos de los socios, Ceferí Soler, propone llamar a un mediador. “Los colegios de abogados de España tienen, en la mayoría de los casos, secciones de mediación. Además, este, el de la mediación, es un sector que va a tener, cada vez, más éxito, tanto para cuestiones personales como profesionales. Si hay un desacuerdo, lo que intenta el mediador es alcanzar el acuerdo… y esa es una figura a la que hay que acudir… pero, normalmente, no se hace hasta que las cosas están muy mal. Y es que el mediador tiene que entrar antes de que se haya quemado la casa, metafóricamente hablando”, explica Soler.
Aunque, no todo el mundo quiere salir fuera a buscar una solución que, creen, pueden encontrar dentro del propio grupo de socios, ya que “puede haber una figura a la que todos consideran de prestigio y que puede aportar una solución”. Sin embargo, el propio Ceferí apunta que, una vez que las cosas se han torcido, quizás no resulte fácil volver a enderezarlas: “La experiencia demuestra que el conflicto suele volver a repetirse en otro momento. Si la sintonía original se rompe, es muy difícil recuperarla de forma total”.