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01 Abr, 2023

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Frases que desmotivan y que debes evitar SIEMPRE

Las palabras no se las lleva el viento y menos las negativas. Al revés, algunas se clavan como puñales. Y eso en la empresa puede ser muy perjudicial y desmotivador.

Frases que desmotivan y que debes evitar SIEMPRE

Como recuerda Josepe García, “la persona con la que hablas más veces al día es contigo mismo y somos esclavos de lo que nos contamos y de cómo nos lo contamos”. Debemos ser capaces de reescribir los guiones que nos autoescribimos “y que condicionan nuestra forma de actuar e interaccionar con los demás, pero sobre todo interfieren en nuestra capacidad de disfrutar de la vida y de asumirla con talante positivo”, como explican Brooks y Goldstein en El poder de la resiliencia. Así que empieza desterrando algunas expresiones de tu vocabulario cotidiano:

Tengo que. “Es muy desmotivador porque implica obligación y automáticamente el cerebro se pone a la defensiva. El ‘tengo que’ puede convertir lo más grato en algo negativo. Nadie dice “tengo que ir de vacaciones” y, sin embargo, sí “tengo que trabajar”, insiste García. Lo mejor es sustituirlo por un ‘voy a’. También son válidas las expresiones tipo “me apetece” o “quiero”. Si cambiamos la palabra, cambiamos la actitud y acabaremos convirtiendo algo que no nos apetece en algo estimulante.

Me gustaría, querría, podría. Cuidado con este condicional aplicado a uno mismo, porque nos aleja del objetivo. Si realmente te merece la pena, hazlo. Sustitúyelo por la voz activa: quiero, puedo, voy a. Cuando alguien dice “estaría bien”, normalmente lo que subyace es que no ha asumido el compromiso para alcanzar el objetivo marcado.

No puedo. Como comentábamos al principio, el cerebro reacciona de forma negativa a expresiones limitantes como esta. En su teoría de la predisposición, el neurólogo John Barg defiende la importancia de las palabras que manejamos para condicionar nuestro inconsciente hacia la acción o hacia la apatía. Así que háblate siempre con palabras de ánimo, de avance, de consecución, de logro, verás cómo te cambia el ánimo.

Son cada vez más los científicos que defienden el papel de las palabras en el cerebro, hasta el punto de considerar que nuestra mente y, por extensión, nuestro sistema inmunológico, no reacciona por igual ante palabras/estímulos positivos que ante palabras/estímulos negativos. De manera que, como recogen Mark Waldman y Andrew Newberg en el libro Las palabras pueden cambiar tu cerebro, cuando pronunciamos palabras como ‘no’, ‘estrés’, ‘obstáculo’, ‘difícil’, ‘imposible’ o ‘problema’, en nuestro cerebro se iluminan áreas relacionadas con la amígdala y con la segregación de cortisol, ambas zonas vinculadas la generación de estrés.

Mientras que cuando nos hablamos en positivo, con expresiones del tipo de ‘logro’, ‘beneficio’, ‘alegría’, ‘nacer’, ‘vivir’, ‘sonrisa’, ‘conseguir’, se iluminan las áreas relacionadas con las emociones y con la segregación de dopamina, vinculada al bienestar y al buen humor.Por lo tanto, ya lo sabes, si quieres generar buen rollo en tu empresa utiliza con cuidado las palabras.

Como dice Alejandro Martín, socio-director de TDSystem, “la motivación y, lo que es peor, la desmotivación de los colaboradores, depende en gran medida de lo que hacen y dicen sus jefes”.

Para Juan Luis Sayago, socio director de MRC International Training, “las palabras no son neutras. Los seres humanos somos emocionales y el lenguaje, tanto interior como exterior, es el percutor de tus emociones. De manera que las palabras que yo recibo generan mi visión del mundo”.

Así que veamos en las siguientes páginas qué expresiones son las que debemos descartar, en siete situaciones habituales, y busquémosles alternativas.

Ante la propuesta de un colaborador o subordinado

En este tipo de situaciones es en la que más proliferan las expresiones desmotivadoras, ya que los jefes tienden a adoptar una actitud condescendiente frente a un colaborador ilusionado que se atreve a proponer alternativas.

A evitar:

Incidir en el no. Centrarse en lo que no se puede hacer es muy frustrante porque limita toda posibilidad de mejora.

“Eso es imposible. No va a funcionar”. “Siempre se ha hecho de este modo”. “Ya lo intentamos y no dio resultado”. “Eso es un disparate”.

Los peros. Cuando introducimos un ‘pero’ en una frase automáticamente, anulamos toda la afirmación anterior. Además, la persona percibe una comparativa que le perjudica.

“Estoy de acuerdo contigo, pero…”.

“Lo has hecho muy bien, pero…”.

La prepotencia. Cuidado con esa tendencia a creer que somos los que más sabemos del negocio y a utilizar expresiones que menosprecian cualquier aportación que pueda ofrecer.

“¿A mí me vas a enseñar cómo se hacen las cosas?”. “Por lógica esto es así”. “Evidentemente”. “¡Si llevaras aquí el tiempo que yo llevo”. “Aquí se hace lo que yo digo!”. “No te pago para pensar”.

A utilizar:

Las conjunciones. Hay que buscar conjunciones, no confrontaciones, así que lo mejor es sustituir los ‘peros’ por ‘y’, ‘además’, ‘también’. Así evitamos posiciones defensivas: “Estoy de acuerdo contigo y creo que podríamos añadir esto otro o quizá mejor esto”.

El ¿por qué no? Es preferible el ‘por qué no’ al ‘no se puede’. Formula preguntas que animen al interlocutor a aportar más ideas. Aquí sí puede ser interesante recurrir al ‘pero’. Compruébalo en las alternativas que propone Roser Parejo, coach de la consultoría de recursos humanos TDSystem, a las frases del apartado del ‘no’:

“Perfecto, gracias por tu propuesta. ¿Cuál sería el siguiente paso a seguir para ponerlo en la práctica?”.

“Hasta ahora lo hemos hecho de ese modo, pero creo que si cambiamos algunos aspectos podremos mejorar los resultados. ¿Qué propones?”.

“Lo intentamos en su momento, pero tal vez no se dieron las condiciones para ello. Tal vez ahora sí. ¿Cómo crees que deberíamos abordarlo”.

“Tal vez choque inicialmente, pero seguro que hay aspectos que pueden aprovecharse de tu propuesta. ¿Qué podemos implantar con los recursos que tenemos”.

Unas dosis de humildad. Puedes aprender mucho de los que empiezan o de los que llevan poco tiempo y es muy estimulante para tus colaboradores que lo reconozcas:

“Me parece muy interesante tu aportación, nunca lo había visto desde esa óptica”.

“Aunque tengo mucha experiencia, cada día puedes aprender algo nuevo”.

Ante una queja, una petición o una reclamación

Hay que ser muy cuidadosos con nuestras respuestas para no transmitir el mensaje de que el colaborador no es más que un número en la empresa.

A evitar:

Eludir responsabilidad y mostrar falta de implicación, porque transmites despersonalización y, de alguna manera, muestras desinterés por el problema ajeno:

“Esto no depende de mí”.

“Es política de la compañía”.

Recurrir a expresiones indefinidas y ambiguas. La falta de concreción transmite la im presión de que no queremos involucrarnos y reflejan muy poca intencionalidad.

“Intentaré transmitirlo a los responsables”.

“Haré lo posible, pero no te prometo nada”.

“Te llamaré lo antes posible”.

A utilizar:

Actitud proactiva, aceptar las sugerencias del otro e integrarlas: “Vamos a encontrar una solución”.

Establecer plazos y acciones concretas y precisas. Debes focalizarte en el sí y empatizar con el otro a través de un lenguaje que transmita la impresión del ‘tú me importas’: “Lo consulto y mañana por la mañana te digo algo a ver si es posible resolverlo como tú propones”. “Si te soy honesto, no te puedo decir cuándo te podré dar una respuesta, pero en dos horas como mucho te digo algo”.

Pedir disculpas. Cuando la petición o queja proceda de un error cometido por nosotros es muy importante que sepamos corregir a tiempo y pedir perdón cuanto antes para evitar malestar.

Censurar un comportamiento

Una situación complicada es cuando hay que criticar una actitud, llamar la atención porque no se alcanzan objetivos.

A evitar:

Identificar el hecho con la persona. Expresiones del tipo de “eres un irresponsable”, son muy perjudiciales porque estás vinculando a la persona con el error cometido.

Tomarlo como algo personal. Nunca te tomes el error como algo personal, porque tendemos a exagerar el perjuicio causado cayendo en el tremendismo: “No entiendo cómo te has equivocado otra vez”, “jamás lo hubiese esperado de ti”

Generalizar. Cuidado con los ‘todos’, ‘siempres’, ‘nuncas’, ‘nadies’: en formato acusación y con carácter negativo son absolutamente desmotivadores porque predisponen en contra al que lo recibe y son percibidos como injustas: “Siempre llegas tarde”, “nunca entregas a tiempo”, “nunca cumples los plazos”. Lo que reflejan estas expresiones es que no somos capaces de reconocer los méritos de los demás.

Comparar. Hay que evitar las comparaciones con otros departamentos o con otros compañeros porque lo único que se consigue con ello es provocar la enemistad entre las partes. “Vas muy por detrás de tus compañeros”.

Hacer un monólogo. Es muy desmotivador utilizar el monólogo en el que se establecen unilateralmente las normas del juego, “porque eliminas la autonomía del ser humano, anulas su capacidad de tomar decisiones”, insiste Sayago. “A partir de ahora vas a hacerme un informe semanal con todas las actividades realizadas”.

A utilizar:

Reconocimiento y cuantificación. Empieza con un reconocimiento de los méritos, seguida de una identificación concreta del error y, si es posible, cuantificada: “Cuentas con una buena trayectoria profesional y en este ejercicio no has obtenido resultados tan buenos, ¿qué ha ocurrido?”, “has vuelto a entregar tarde y van siete veces”.

Dialoga. Es importante involucrar al otro en la resolución del problema o en la adopción de medidas para que no vuelva a producirse el error, pedirle compromiso y cerrar con un ofrecimiento de ayuda: “¿Tú crees que has actuado de forma correcta? ¿Qué crees que ha podido fallar en esta ocasión? ¿Cómo crees que se puede mejorar para la próxima vez? ¿Cuento con que no va a volver a ocurrir? ¿Necesitas ayuda?”

Desde tu propia perspectiva. Normalmente, las críticas empiezan con un “es que tú has hecho…” Josepe García propone afrontarla en cinco pasos:

Hablo de cómo me siento yo. “ Me siento desilusionado, frustrado…”
Explico cuál es mi expectativa. “Porque yo esperaba, había calculado, contaba con”.
Nos ponemos en su lugar. “Entiendo que tenías mucho trabajo, tuviste que hacer frente a…”.
Asumo mi parte de culpa. “Y yo podría… haber hecho, haberte escuchado…”.
Implicar al otro en la solución del problema y así desbloquearle: “¿Qué podemos hacer?”.

Comunicar una decisión negativa en la empresa

Hablar con un colaborador sobre un problema personal (olor corporal, halitosis, adicciones) que afecta a su trabajo puede suscitar frases desmotivadoras.

A evitar:

Mostrar frialdad y poca cercanía y/o recurrir a terceras personas, porque a la crítica, que ya de por sí es dura, añades el hacer escarnio público:

“Me han dicho que tú…”. “He oído que te pasa esto”.

Dar rodeos, porque nos resulta incómodo ir al grano. Por ejemplo, ante un problema de olor personal: “¿Qué te parece el tema de la higiene personal en la empresa?”.

Limitar la autonomía. No dar margen para que la persona adulta con la que estás hablando proponga sus propias soluciones del problema:

“No te preocupes porque ya hemos hablado y hemos pensado que deberías hacer…”.

“Tú lo que tienes que hacer es…”.

A utilizar:

Debes ser firme, directo y respetuoso. Siempre desde el yo y con asertividad. Has de tener la capacidad suficiente para plantearle la crítica desde el convencimiento de que es lo mejor para él y para la empresa.

Tener mucha empatía. Piensa en si tú estuvieses en su lugar, cómo te gustaría que te planteasen la cuestión. Afróntalo con la máxima autenticidad y naturalidad porque nuestro lenguaje corporal es muy transparente y si el otro percibe una postura forzada, es probable que le resulte más ofensivo.

“Lo que tengo que decirte es tremendamente incómodo para mí. Sólo pretendo ayudarte… Yo he notado que últimamente…. ¿Qué crees que se puede hacer?”. “Sólo te pido que reflexiones sobre ello y, si tienes dudas, consulta con alguien de tu confianza. Si quieres volvemos a hablar dentro de unos días. No es urgente”.

Y cuidado con autodesmotivarte

Como recuerda Josepe García, “la persona con la que hablas más veces al día es contigo mismo y somos esclavos de lo que nos contamos y de cómo nos lo contamos”. Debemos ser capaces de reescribir los guiones que nos autoescribimos “y que condicionan nuestra forma de actuar e interaccionar con los demás, pero sobre todo interfieren en nuestra capacidad de disfrutar de la vida y de asumirla con talante positivo”, como explican Brooks y Goldstein en El poder de la resiliencia. Así que empieza desterrando algunas expresiones de tu vocabulario cotidiano:

Tengo que. “Es muy desmotivador porque implica obligación y automáticamente el cerebro se pone a la defensiva. El ‘tengo que’ puede convertir lo más grato en algo negativo. Nadie dice “tengo que ir de vacaciones” y, sin embargo, sí “tengo que trabajar”, insiste García. Lo mejor es sustituirlo por un ‘voy a’. También son válidas las expresiones tipo “me apetece” o “quiero”. Si cambiamos la palabra, cambiamos la actitud y acabaremos convirtiendo algo que no nos apetece en algo estimulante.

Me gustaría, querría, podría. Cuidado con este condicional aplicado a uno mismo, porque nos aleja del objetivo. Si realmente te merece la pena, hazlo. Sustitúyelo por la voz activa: quiero, puedo, voy a. Cuando alguien dice “estaría bien”, normalmente lo que subyace es que no ha asumido el compromiso para alcanzar el objetivo marcado.

No puedo. Como comentábamos al principio, el cerebro reacciona de forma negativa a expresiones limitantes como esta. En su teoría de la predisposición, el neurólogo John Barg defiende la importancia de las palabras que manejamos para condicionar nuestro inconsciente hacia la acción o hacia la apatía. Así que háblate siempre con palabras de ánimo, de avance, de consecución, de logro, verás cómo te cambia el ánimo.