“Hemos creado un ambiente para adultos, que no tiene nada que ver con ese mundo de peluches y colorines que envuelve a las tradicionales tiendas de golosinas”, destaca Domingo Ojeda, quien en 2008 abrió su primer Happy Pills en Barcelona. “En el diseño de los espacios hemos cuidado cada detalle: las estanterías no están al alcance de los niños, predomina el color blanco, presentamos los productos ordenados y mantenemos una escrupulosa higiene”.
El secreto de este negocio está en su concepto: “Proponemos remedios dulces para males cotidianos”, explica Imma S. Dueñas, directiva de la empresa. “Tenemos píldoras contra los lunes, contra el precio de la vivienda, contra la dieta de la piña, contra los amigos invisibles sin imaginación o contra los domingos sin fútbol”. El cliente debe escoger un frasco, rellenarlo con las gominolas y los caramelos que desee y ponerle la pegatina con el mensaje (la receta) que más le guste. Cada recipiente tiene un precio distinto, según su tamaño, que no depende del peso o las características de las golosinas que contenga.
“Creímos que una tienda de golosinas podría ser un buen negocio porque los márgenes entre costes y beneficios eran bastante ajustados y no necesitábamos un local con mucho espacio”, comenta Ojeda. Tras un primer estudio, y con una inversión de 100.000 euros, decidieron apostar por una ubicación estratégica en Barcelona, cerca de la Catedral de Santa Eulàlia. Ya cuentan con seis tiendas (una de ellas en Bilbao y otra en Zaragoza). Esperan facturar un millón de euros este año.
“No hemos crecido más rápido porque somos muy exigentes cuando buscamos nuevas localizaciones y, con cada nueva tienda, nos enfrentamos a tiempos de apertura bastante largos y a costes muy elevados”, aclara Ojeda. Además, no buscan que su marca esté masificada.
Por esa razón, la concesión de franquicias no entra en sus planes de expansión. Sin embargo, esperan cubrir la creciente demanda –en España y el extranjero– de sus frascos de gominolas a través de su propia tienda online.