No hay que hacer mucho caso a los cuñados.
Cuando uno de los fundadores de las salas de cine Séptimo Oficio le habló a su cuñado de su proyecto de reabrir unos minicines con precios populares y sin atracos a mano armada en el bar en un centro comercial en un pueblo en las afueras de Madrid (en Las Rozas), éste, hostelero, le respondió: yo no pondría mi dinero en ese negocio. Afortunadamente no le hicieron caso.
Como insiste Luis Martín Cabiedes, uno de los principales inversores privados de nuestro país hay negocios viables, factibles e invertibles. Que un negocio no sea invertible no quiere decir que no sea viable o que no sea sostenible. Un negocio es viable si es capaz de alcanzar su punto de equilibrio: ¿Eres capaz de que haya X espectadores a la semana para cubrir todos los costes del negocio? Sí, es sostenible. No, no es viable. Así de sencillo. Y un negocio es invertible si es capaz de multiplicar por diez su valor en menos de cinco años, de forma que quien ha puesto dinero pueda multiplicar su inversión. Una pequeña sala que quiera competir con los mismos precios con los grandes no tiene escala ni para ser viable ni rentable. Pero una sala que quiera hacer las cosas de otra forma sí puede ser sostenible.
Otra cosa es que sea fácil.
Séptimo oficio: el reto de resucitar un cine
El reto de resucitar un cine es mayor de lo que parece a primera vista. No es sólo que requiera una inversión elevada (400.000 euros para pagar el alquiler, los proyectores digitales, las butacas más cómodas que el sofá de tu casa y un fondo de tesorería para hacer frente a las distribuidoras e invertir en marketing) y que compita en desigualdad de condiciones con las grandes salas (marketing, oferta…), sino que tienes que vender el mismo producto, pero ‘empaquetado’ de forma diferente.
Y todas las fórmulas para diferenciarte van directamente contra tu margen. Los fundadores de los cines Séptimo Oficio –Juan Carlos Melchor Carmona, Yolanda García García, José Antonio Ortega Pardo y Joaquín García Colomina– querían que los precios fueran asequibles para todos (las entradas cuestan 7,50 euros y ofrecen descuentos por edades; además tienen día del espectador y planes de fidelización). Además, querían que los asientos fueran de verdad cómodos y las salas no estuvieran masificadas. Y tampoco querían robar a mano armada a los clientes en el bar.
Pero son precisamente todas esas decisiones las que hacen que el público esté respondiendo y las que diferencian a este negocio de las grandes salas. La clave está en no querer competir en igualdad de condiciones con las grandes salas. En cuanto entiendes que el 30% de las grandes salas proceden del bar entiendes a qué tienes que renunciar para competir.