La aventura de Jorge Finkielsztajn comenzó en 1997 como resultado de la famosa crisis del tequila en su país, por la que perdió su trabajo tres años antes en el estudio de arquitectura en el que era proyectista. Lejos de venirse abajo, se unió a su padre Isidoro –tornero de profesión– para crear Tensocable, una empresa dedicada a la aplicación de tensores en uso doméstico y gráfico, con un diseño propio que cubre las funciones de estantería, papelería y protección de barandas. Disponen de una cartera de más de cien modelos diferentes. “La inversión fue de unos 800 euros que aportó mi madre. La tecnología que utilizamos eran los tornos que poseía mi padre (heredados de mi abuelo), pero la inversión más importante no la puedo cuantificar: fue la pasión y el trabajo que pusimos los dos”, nos cuenta Jorge, que cerró el año pasado con unos ingresos de 600.000 euros.
Para asegurarse de que su producto iba a funcionar, elaboró un estudio de mercado visitando a diferentes arquitectos, “que me ayudaron a definir ciertas pautas”. Los tensores creados por él, fabricados por su padre y perfeccionados a través del vínculo con profesionales han convertido a Tensocable en una empresa creativa y pujante capaz de rejuvenecer el rol de la tornería tradicional en Argentina, donde las nuevas tecnologías habían empezado a hacer mella. “Nuestra diferenciación es el diseño y el equipo”, dice Finkielsztajn, que asegura que lo que más le ha ayudado dar a conocer su empresa ha sido el contacto directo con los clientes y la posibilidad de que cada trabajo sea visto por otros potenciales compradores.