Una buena elección.
En primer lugar, como es de lógica común, hay que tener cuidado de con quién se asocia uno. En definitiva, vamos a compartir la marca, y un poco de cada una “se le pegará” a la otra. Con lo cual nos interesa asociarnos con alguien que aporte valor a nuestra empresa (si es pequeña con una marca grande).
Darle a nuestro socio algo de valor.
Quizá un producto que ellos no puedan o no quieran fabricar, pero que puedan comprar sus clientes. O un conocimiento específico que no tengan (imagina que eres un experto en un nuevo software que puede simplificar mucho la vida de los clientes de un estudio contable…).
Debemos pactar claramente el acuerdo.
Tú ganarás tanto y yo, otro tanto (y no me refiero sólo a la parte monetaria). Cuanto más claro esté desde un principio, mejor para las partes, porque lo que nos interesa es una asociación duradera y no una escaramuza puntual.
Claridad.
Hay que dejar claro que los clientes son del que los poseía originalmente. Si bien nosotros podemos hacer negocios con ellos (y dar una parte a nuestro aliado), debemos respetar este principio a fin de que los que trabajan con nosotros quieran seguir haciéndolo en el tiempo. A largo plazo, ganaremos más.